mayo 28, 2011

Niños motivados a ser mejores

Estábamos viajando por Taiwán con un grupo de amigos y una noche, luego de un día largo de paseo y caminatas, decidimos pasar a comer antes de volver al hotel. Lo que sucedió ahí me llevo a escribir esta reflexión, que es abierta, para que cada uno decida como responderla.

La comida fue bastante buena y fue servida por una pareja, cuyos hijos estaban presentes en el lugar, pues es usual que sus propias casas sean los restaurantes en que se ganan la vida. Llamó mi atención la diferencia de comportamiento de los dos pequeños, una niña de unos 6 años y un niño de al menos 4. Él estaba muy metido en los dibujos animados del televisor y ni siquiera le dio vergüenza subirse en las piernas de uno de mis amigos para usarlo de asiento.

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Ella, en cambio, estaba en la cocina con sus padres y de cuando en cuando trasladaba platos o hacía lo que le pedían. Mientras no tenía algo que hacer bailaba o se movía con algún ritmo particularmente suyo, pero siempre cerca de la cocina y pendiente de lo que sus padres le pudieran pedir.

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A ratos la niña pasaba cerca del televisor y le daba un manotazo a su hermano, que para todos nosotros era parte del juego de ellos, pues nunca se transformó en una pelea mayor. Pero no sólo eso, sino que el pequeño parecía no notarlo y continuaba siguiendo la televisión.

¿Por qué la niña no estaba viendo televisión como su hermano? ¿Por que prefería estar ayudando en la cocina y bailar? ¿Por que el niño estaba tan interesado en lo que ocurría en la televisión, que nuestros intentos por sacarle fotos sólo desviaban su atención unos pocos segundos?

La motivación infantil es algo misteriosa y a la vez exquisitamente sencilla. Si bien no hay cómo predecir qué harán voluntariamente, es fácil responder el por qué hacen lo que hacen: ¡PORQUE LES GUSTA!

Los adultos respondemos a otros estímulos para hacer tareas, además de nuestros gustos, como la recompensa a largo plazo de un trabajo cumplido o la opción lógica por pensar en lo que es mejor y eso lo vuelve más complejo. Si la respuesta a lo que mueve a los pequeños es tan sencilla, ¿cómo no poder usar sus motivaciones para enseñarles a vivir con métodos que les gusten, despierten su iniciativa y perduren? Nuestra incapacidad de detenernos un minuto a pensar cómo lograrlo seguramente nos suele llevar a usar la clásica amenaza de castigo si no hacen lo que se les dice o, lo que es aún peor, la recompensa desproporcionada en permisos, juguetes o dulces.

Cada niño es diferente y seguramente no hay una única forma de hacerlo, pero para los que están bajo nuestra responsabilidad, ¿cómo no descubrir lo que les motiva?

Testimonio de Francisco Montero
Voluntario SPB

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