octubre 25, 2010

Padres exhaustos, hijos hiperprotegidos

El exceso de proteccionismo sobre los hijos está creando una generación de padres exhaustos que han de ingeniárselas para llegar a todo. Da la impresión de que educar bien a un hijo es llenar cada minuto de su tiempo libre.

Hace unos años, en las escuelas de Estados Unidos triunfó el concepto de los “padres helicóptero”, llamados así porque se lanzaban en picada al mínimo problema. Bastaba que un chico se presentara en casa con una mala nota, un arañazo o una cara larga para que los padres aterrizasen en el colegio a pedir explicaciones. Pese a su buena voluntad, lo cierto es que los “padres helicóptero” llegaron a ser muy temidos por los docentes.

Algunos se han rebelado contra el exceso de proteccionismo, buscando fomentar la creatividad de los chicos, incluso con actividades de riesgo. A continuación les presentamos un video en el que Gevert Tulley, fundador de "Tinkering School”, presenta algunas de las 50 cosas peligrosas que debiéramos dejar a los niños hacer. Él es autor de ese libro, en el que presenta con tono de provocación algunas alternativas de ocio a la televisión y los videojuegos. Los títulos de los capítulos son deliberadamente provocativos: “Fabrica un explosivo”, “Súbete a un tejado”, “Aprende a jugar con fuego”. Al libro no le faltan ideas disparatadas. Pero, al menos, tiene el mérito de poner el dedo en una de las llagas contemporáneas: la obsesión por la seguridad y por evitar a los hijos cualquier mal rato.

 

El culto al niño
La preocupación por los niños roza la histeria. Muchos padres tratan a sus hijos como si fueran diosecillos. Los miman a cuerpo de rey, alimentan cuidadosamente sus egos, los llevan de aquí para allá en Volvos repletos de dispositivos de seguridad…

En el pasado la diversión era un asunto que debían resolver los niños y sus pares y sin duda surgían genialidades que se han perdido por la tecnología que entrega la diversión hecha. Se podían fabricar deslumbrantes pelucas con las hojas de los árboles, vestir al gato, improvisar casas-club con cualquier objeto, inventar mundos de fantasía con los muebles de la casa o la plantas del jardín. Otras veces, simplemente pelear era la entretención del día.

Ahora los padres se dedican a cuidar de sus hijos como locos. Además de acabar exhaustos, esa dedicación no es valorada como tal por los hijos. Lo que las generaciones anteriores veían como un maravilloso privilegio –que los adultos te hagan caso, que se preocupen por ti, que te apoyen–, los “niños modernos” lo ven como derechos innegociables. Y así es difícil agradecer las cosas.

La protección razonable
Cuando se habla sobre los excesos de la hiperprotección, cabe el riesgo de pasarse al extremo contrario: la indiferencia olímpica. No se trata de eso. La prudencia llevará a discernir, en cada caso, lo que de verdad representa una amenaza para los hijos y lo que no lo es.

No deja de ser una imprudencia, por ejemplo, dejar a un niño o a un adolescente que pasen un fin de semana en casa de otro amigo sin enterarse antes del plan (real) que van a hacer o si los padres van a estar en casa. Lo cual exigirá, en la mayoría de los casos, una breve llamada a los padres del amigo anfitrión.

También es razonable enterarse de lo que hacen los hijos en Internet. Además de establecer filtros, los expertos recomiendan a los padres que supervisen el empleo que hacen los niños de las redes sociales. En la misma línea, es útil aconsejarles que no faciliten datos personales ni difundan sus fotos por la red.

La televisión es otro campo para ejercitar una protección razonable de acuerdo a los efectos que puede producir en el comportamiento de niños y adolescentes. Muchas instituciones ya han desaconsejado que haya aparatos de televisión en las habitaciones de los niños.

Algunos pueden pensar que estas medidas son exageradas, que es preferible que los chicos tengan autonomía suficiente para experimentar y equivocarse, también en estos ámbitos. Así, aprenderán a discernir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo que no lo es.

Cuando se trata de proteger a los hijos, hay que saber que hay ámbitos donde los padres tendrán que implicarse más y otros en los que habrán de quitarse de en medio.

Contra la sexualización
Esta es una de las ideas para proteger a los niños de la creciente oleada de contenidos sexuales en la televisión o en la red. Es muy difícil impedir que los niños tropiecen de pronto con reclamos eróticos. Lo que sí es posible es adoptar medidas concretas para ayudar a los padres a proteger a sus hijos en este terreno.

Los adultos debieran ser capaces de garantizar que sus hijos viven de verdad la infancia, sin estar expuestos desde pequeños a una innecesaria e inapropiada publicidad ni a la sexualización.

Adaptado del artículo de Juan Meseguer Velasco de www.aceprensa.com

octubre 17, 2010

¡No le entra en la cabeza!

Un niño pasa horas frente a su cuaderno, horas estudiando, horas repitiendo y no es capaz de retener la materia… ¿Qué pasa con la memoria? ¿Cómo se puede mejorar?

Una madre le enseña a su hija de nueve años las palabras de vocabulario que están en su cuaderno y debe aprenderlas. Alzar: levantar. Fiar: asegurar. Minuto seguido le pide a la niña que conteste: ¿qué es alzar?, ¿qué es fiar? Pero no hay respuesta. La mamá se desespera y le dice: “Pero si te lo acabo de decir”. Después de otros varios intentos y, con angustia, la madre no entiende por qué le cuesta tanto a la niña metérselo en la cabeza. Sus notas son buenas, al parecer no hay déficit atencional. Entonces, ¿qué pasa con la memoria? ¿Por qué es incapaz de retener con facilidad? ¿Qué factores inciden en esta capacidad?

Una cadena compleja
Desde un punto de vista genérico, la memoria es lo que nos permite fijar, conservar y reproducir las imágenes de objetos, pensamientos, o sentimientos, sin necesidad de que estén presentes. La memoria no camina sola, sino que va ligada a otras funciones y factores que la determinan. Para poder memorizar, la cadena es la siguiente: primero tiene que haber atención, luego repetición, codificación, almacenamiento y aprendizaje. Y para que este camino sea exitoso hay muchos factores que son fundamentales:

• La atención:
Puede ser que al niño le cueste memorizar porque no es capaz de poner suficiente atención. La mayoría de las veces este problema es en un grado menor y se va regulando a medida que crecen. Son niños que tienen un ritmo un poco más lento; con ellos, los profesores deben usar métodos y estrategias adecuadas.

• Relacionar fonética y semánticamente los contenidos que se están aprendiendo.
Cuando los niños son chicos tienden a memorizar palabras por asociaciones fonéticas, es decir, porque su sonido se parece a otro que conocen mejor. Luego, a medida que van creciendo, son capaces de hacer asociaciones semánticas, es decir, relacionan los significados de distintas palabras para poder retenerlas.

Sin embargo, justamente en este paso, los niños muchas veces fallan y tienen problemas en el proceso de memorización porque se pierde la conexión directa con lo vivencial, con lo que ellos conocen y viven a diario. Si tengo que memorizar cosas que están en relación a mi entorno, a mi existencia, a mi vida, es probable que lo haga con toda facilidad. De esta manera, es fundamental que los educadores hagan familiares y más cercanos los contenidos escolares.

• Buena base lingüística:
Para memorizar, el niño debe comprender el lenguaje. No se saca nada con hacer que un alumno repita mil veces una frase si no la entiende. Por esta razón es importante ver qué nivel de desarrollo del lenguaje hay.

Las dificultades de esta área que se relacionan con la dificultad para memorizar, tienen que ver con problemas de audición y de comprensión y con el arsenal de vocabulario que maneje.

• El afecto:
Otro gran elemento a la hora de memorizar es el componente emocional, pues éste puede provocar una serie de interferencias en el aprendizaje. Cuando un niño aprende, no sólo está escuchando el texto sino que además está escuchando el tono, la entonación, está viendo el gesto de quien se lo enseña. Así, por ejemplo, si la profesora o la mamá le dice al niño: “ya pues, rápido, cuál es el significado” o, “qué pavo eres, cómo todavía no lo aprendes”, probablemente el niño se bloquee, pues siente la intención de quien le está enseñando, más que lo que de verdad es importante. De hecho, muchas veces el educador o la mamá sienten tan obvia la respuesta, que dan un énfasis que confunde y seguramente hacen al niño equivocarse.

¿Qué hacer?
Es fundamental hacer un análisis de cómo se encuentran o se han desarrollado cada uno de los pilares antes mencionados. Ver cómo está la capacidad de atención, el lenguaje y también los afectos que rodean al aprendizaje. Si, por ejemplo, la mamá reconoce que pierde la paciencia al ayudar a su hijo con las tareas, es mejor que delegue esta función en otra persona. O si hay un problema de atención, es fundamental cuando el niño se siente a estudiar que no haya ningún distractor. Es decir, ni TV, ni hermanos jugando, ni comida, ni teléfonos sonando.

Luego, es posible aplicar técnicas que pueden favorecer la memorización:

(1) Volver a leer lo aprendido en clase dentro de las 24 horas siguientes
Puede que los niños entiendan lo que se les ha dicho en clase, pero si dejan pasar más de 48 horas sin volver a leerlo, lo más probable es que se les olvide. Por el contrario, si durante ese mismo día se repasa, la materia se almacena y al volver a leerla en varios días más, inmediatamente se recuerda.

(2) Leer la materia interrogando al texto
Acostumbrar a los niños a leer la materia en forma interactiva, es decir, la idea es que después de un párrafo ellos mismos se autopregunten y piensen qué leyeron. De esta manera ellos se incorporan activamente en la materia y se les hace mucho más fácil la comprensión. Si, por el contrario se lee en forma automática y simplemente se repite y repite, es muy poco probable que recuerden lo leído.

(3) Utilizar distintos elementos para la memorización
No todos memorizamos de la misma forma. Hay personas que usan más el texto, el lenguaje, la palabra y otros usan más la imagen. Lo importante es ir viendo cómo utilizar ambas cosas. También es útil hacer dibujos que acompañen el texto, inventar música o un ritmo, cuando se trata de un listado de palabras. Inventar una historia o jugar con los conceptos que se están aprendiendo. Todo eso ayuda, pues no sólo se aprende con el lenguaje.

Consejos para ayudar a los niños a aprovechar su memoria:
• Procurar que no estén cansados cuando se pongan a estudiar.
• Ayudarles a relacionar lo nuevo que han aprendido con lo que ya saben.
• Asegurarse que entienden la materia, luego estimularlos a que la memoricen.
• Crearles el hábito de repasar todas las materias clase a clase.
• Enseñarles a desplegar todos los sentidos para memorizar (hablar, oír, ver, escribir).

 

Adaptado del artículo de Magdalena Pulido de la revista Hacer Familia Chile

 

octubre 11, 2010

Ser responsable

Hablar de responsabilidades en niños que recién cursan los primeros años de colegio no es precipitado, siempre que lo que se les exija sea acorde a lo que son capaces de dar.

Probablemente lo hacemos inconscientemente, pero frente a un mundo que a veces nos parece tan amenazante, intentamos ahorrarle problemas a los niños todo el tiempo. ¿Responsabilidades? Ya tendrá de sobra en el futuro. Por ahora, dejémoslos ser niños.

Sin embargo, a los 6 años ya están insertos en un sistema, el escolar, que les irá exigiendo cada vez más. Para enseñarles a hacerse cargo de sus actos, padres y profesores deben tener en mente los ejes centrales de esa virtud.

1. Hábitos asentados

La responsabilidad está ligada a la formación de hábitos, que deben ser adquiridos en la etapa pre-escolar. Se comienza con pequeñas tareas y rutinas: en la casa, comer y vestirse solos; en el colegio, ser capaces de dejar la mochila donde corresponde.

A medida que crecen, aumenta en ellos el sentido de estos actos, adquiriendo mayor significado y profundidad. De esa manera se les enseña progresivamente que sus acciones tienen consecuencias, positivas o negativas, y que deben responder por ellas.

En esta etapa, sin embargo, los padres suelen confundirse sobre qué exigir y qué no. Por otra parte, muchas veces la respuesta a ciertas demandas que hacen a sus hijos es negativa, por lo que no saben si se trata de flojera, irresponsabilidad o si simplemente les pidieron algo que estaba sobre sus capacidades.

Tranquiliza saber que hay cosas que sí son capaces de entender los niños. Por ejemplo, que tienen un horario para levantarse y acostarse, para realizar sus tareas, para comer, para jugar. Aun así, no es fácil establecer una clara distinción entre flojera e irresponsabilidad, pero cuando un niño logra internalizar los hábitos y hacerlos parte de su vida cotidiana, ‘funciona’ con ellos de manera espontánea. A quien nunca se le ha exigido en ello, lo más probable es que se queje de estar cansado, a la espera de que alguien tome la iniciativa y resuelva por él.

Por ello, uno de los grandes errores a evitar es socorrerlos continuamente, especialmente en materia escolar, pues esa actitud atenta contra el sentido de responsabilidad que se les intenta enseñar. Cuando intentan solucionarles todo sin darles espacio a la reflexión, cuando se hacen cargo ellos de las tareas en vez de sólo mediar para un buen resultado, y sobre todo, cuando no conversamos con ellos de lo que les pasa en el colegio, pues es en esas conversaciones de lo cotidiano donde como adultos podemos ir ejemplificando el sentido de la responsabilidad en todo ámbito.

2. Conciencia

Algunos niños tienen un sentido de responsabilidad por naturaleza muy desarrollado. Son serios, cumplidores, y no por haber decidido conscientemente que quieren serlo, sino porque les nace ser así. Pero no son la mayoría. Los padres son los llamados a crear en sus hijos conciencia de que son capaces de asumir las consecuencias de sus actos.

Para conseguirlo, deben partir por ejercer bien su autoridad: como es de suponer, la primera responsabilidad de un niño consiste en cumplir adecuadamente con lo que sus padres le ordenan. Entonces, la obediencia sería la clave.

Pero una cosa es cumplir, y otra es cumplir bien. Por ejemplo, una mamá que pide a su hijo poner la ropa en el closet: el niño puede “tirar” todo adentro o puede guardarlo ordenadamente. La persona responsable se centra en la intención y no está limitada por las reglas que expresan un mínimo.

El ejemplo del adulto en ese sentido es fundamental. Cuando los padres tienen actitudes responsables, permiten que sus niños las imiten e incorporen como parte de su vida cotidiana. Y es que una de las desviaciones más típicas de la responsabilidad que se da sobre todo en niños pequeños es el recurrir a excusas para justificar el no cumplimiento de una indicación. Por eso es tan importante explicarles que es mejor cargar con las consecuencias de sus faltas que intentar engañar a los demás y a ellos mismos.

En concreto, entre primero y cuarto básico los niños debieran ser capaces de:

• Hacer sus tareas.
• Preparar su mochila y ropa del día.
• Asumir pequeñas responsabilidades que le pidan sus padres o profesores: hacer su cama, dejar su banco ordenado, borrar el pizarrón, etc.

La responsabilidad podría resumirse en:

• asumir las consecuencias de los propios actos
• rendir cuentas ante uno mismo, ante los demás y ante Dios
• obedecer, sin que ello suponga un acto pasivo, sino un acto operativo de compromiso.

Adaptado del artículo de Pía Orellana de la revista Hacer Familia Chile

 

octubre 05, 2010

La obediencia

¿Cómo hacer para que los hijos te obedezcan?

Quienes hasta ahora acataban órdenes porque sí, muestran atisbos de indolencia y simplemente pueden decidir no cumplir con algunas consignas. Son niños en las puertas de la adolescencia: ¿cómo revalidar ante ellos la autoridad? ¿Cuánto sirven a estas alturas los premios y castigos?

Está claro, lograr que los hijos sigan todos los criterios educativos de los padres es un objetivo que no se improvisa de la noche a la mañana: papás y mamás deben haber ganado su autoridad desde que sus niños son pequeños, simplemente con el prestigio. Dicho en otras palabras, los niños siempre estarán mejor dispuestos a obedecer a quienes admiran.

Esta admiración se logra cuando no se pierde de vista que se está “al mando” de una familia a la que se le tiene un amor infinito. En un hogar es preciso que los adultos sepan inyectar las energías necesarias para que sus hijos crezcan como personas sólidas. Esto conlleva necesariamente saber mantener el ánimo sereno a pesar de las dificultades, soportar las molestias sin perder la paz, saber esperar resultados no inmediatos, servir de apoyo y dar criterios válidos y permanentes.

La razón de ser

Para todo lo anterior, sin duda, los padres deben establecer qué es lo que sí y no se les permitirá a los hijos, por qué se mantendrán ciertas reglas y cómo se sancionará a los “infractores”.

Hay que tener en cuenta que en la vida del día a día, los padres están constantemente dando señales de sanciones no intencionadas, de estímulos o reproches que, sin ánimo expreso de premiar o castigar, efectúan con los hijos. Una sonrisa, un gesto de aprobación, una mirada comprensiva, el oído atento, son formas imperceptibles pero eficaces para alentar conductas determinadas. Así como una mueca, un movimiento negativo de la mano, una mirada dura, sirven para desalentarlo.

Es más, en la diaria convivencia familiar los hijos debieran percibir con claridad lo que a sus padres realmente les importa y dan valor, aquello que les alegra o entristece, lo que les hace sonreír o enojar, lo que los deja indiferentes. Por esto mismo, hay que tener muy presente que los castigos o los premios son recursos extraordinarios, deben ser de uso esporádico y carecen de sentido si constantemente se recurre a ellos para reforzar o modificar conductas.

La “inflación” de castigos hace que el hijo sancionado se vuelva inmune y no les dé importancia. Así como también los excesos en premios hacen que los hijos esperen que toda acción sea reconocida.

La política de sanción es efectiva cuando…

• Se tiene conciencia de que los premios y castigos tienen relación con la educación de las virtudes, es decir, con la idea de formar a los hijos para que sean sinceros, respetuosos, generosos.
• Se conoce muy bien a los hijos: con esto se les exige de acuerdo a lo que realmente ellos pueden dar de sí.
• Se castiga el hecho o la falta, pero jamás el ser de los hijos. Es muy distinto decir: “has hecho esto mal” que “eres un mentiroso”.
• Hay proporción entre la sanción y la conducta sancionada. No se deben matar mosquitos con balas de cañón, ni dar algo desmedido por un esfuerzo normal. Un buen ejemplo: limpiar lo que ensució.
• Se cuida el prestigio de los hijos delante de los hermanos, amigos y parientes. Hay que pedir ayuda a quien la pueda dar y no desahogarse por necesidad de alivio personal.
• No se reta de memoria: las faltas que carecen de importancia más vale pasarlas por alto. En cambio sí que hay que ser muy constante en la exigencia de lo que realmente importa.
• Se evita la coacción afectiva con frases como “me haces sufrir” o “cómo me puedes hacer esto”. Las faltas de los hijos no deben considerarse como ofensas a los padres. Actuar “contra” los hijos por orgullo herido es lo peor. La autoridad es serena y apacible, evita la severidad innecesaria que puede producir una sumisión aparente y una probable rebeldía.
• Se cuidan las promesas y amenazas. Si éstas no se cumplen, los padres pierden credibilidad. Es recomendable no describir todas las catástrofes posibles que sucederán a una falta. La idea es crear un sentimiento de responsabilidad en los hijos y no de culpabilidad.
• Se concede un tiempo razonable, generalmente más largo de lo que se presupuesta, de mejora. Dejar atrás un defecto o un mal hábito no es sencillo y requiere de un plazo prolongado. Hay que tener paciencia. De hecho, si después de realizar esfuerzos hay fracasos, el hijo no debe ser tratado con rigor. Más vale ayudarle y animar a recomenzar.
• No se vuelve sobre faltas pasadas. Recordarle a los hijos lo que han hecho mal durante toda su vida da la impresión que los padres tienen un prontuario de sus malas acciones que no ayuda en nada. Lo que ya se ha castigado o perdonado, no debe ser revivido, ya que desanima y frustra.
• Hay coherencia entre lo que los padres exigen y hacen. Sin el ejemplo que avala lo que se le pide a los hijos, las palabras pierden todo su valor. Educar es autoeducarse.

Por Magdalena Pulido (de la revista Hacer Familia Chile)