noviembre 30, 2010

¿Qué es lo bueno y qué es lo malo?

Con el despertar de la razón nace también la conciencia moral. Entre los 8 y 12 años los niños son especialmente sensibles para asimilar personalmente los criterios morales y para descubrir qué es lo bueno y qué es lo malo, y actuar en consecuencia.

Para los niños el bien y el mal es lo que sus padres llaman así. Sin embargo, en la adolescencia los padres dejan de ser el único referente moral de sus hijos y si éstos no saben por qué los actos son buenos o malos, pueden desorientarse. Por eso es que entre los 8 y 12 años es una edad clave para ayudar a que cada hijo asuma personalmente los criterios morales que entregan los padres.

Ésta es una etapa aparentemente fácil en cuanto a la educación moral, pues los niños pequeños tienden a portarse como se espera de ellos, a obedecer reglas porque sí, a no cuestionar lo que los mayores señalan como lo bueno y lo malo. Sin embargo, aprovechando la autoridad moral de los padres es que hay que desarrollar en ellos una “inteligencia moral” con la cual hagan propios los criterios enseñados.

El despertar de la conciencia
Al llegar a los ocho o nueve años, se produce un gran desarrollo en el sentido moral de los niños. Esto se debe, en primer lugar, al desarrollo de su inteligencia y a su creciente poder de interiorización, es decir, de asimilación de lo que ven y de lo que se les dice.

Además, a esta edad crece su participación en nuevos escenarios y papeles: van al colegio, entran en un club, participan en el coro; son más independientes y autónomos. Empiezan entonces a sopesar y analizar los motivos y las consecuencias de sus acciones y sus conciencias se tornan más coherentes. Finalmente, a esta edad los niños desarrollan la capacidad de considerar varias alternativas para resolver un problema y pueden mirar las cosas desde el punto de vista del compañero o del amigo.

Considerando su etapa de desarrollo y sus nuevas habilidades y capacidades, es posible educar la formación de su conciencia moral en diferentes aspectos:

Las reglas
A esta edad, a los niños les gustan mucho las reglas y normas, pues notan que son necesarias y que hay que vivir conforme a ellas. Incluso las aplican con gran rigor en sus juegos. Para potenciar esto, debemos en primer lugar esforzarnos por cumplir nosotros también las reglas de la casa y las normas cívicas. El ejemplo es gran formador de la conciencia: si hay que hablar corto por teléfono por si alguien trata de llamar, ¿por qué la mamá habla taaaan largo? Si en la casa hay que cuidar las cosas ¿por qué el papá pone los zapatos sucios sobre el cubrecama? ¿Qué ven los hijos cuando la mamá estaciona el auto en un lugar exclusivo para inválidos?

Además del ejemplo, hay que explicar algunas de las reglas que tiene la familia, tanto las de convivencia -puntualidad a la hora de comer, por ejemplo- como las morales -en la casa no se habla mal de nadie. De esta forma el niño las entenderá y, por tanto, se sentirá obligado a vivirlas.

No hay que olvidar que los pequeños retos apasionan a los hijos de esta edad: ellos quieren actuar bien. Con un poco de motivación, podemos aprovechar esa característica para que adquieran buenos hábitos, como ponerse a estudiar a la hora, decir siempre la verdad, ordenar sus cosas, ser respetuoso.

Cuando en la casa la disciplina y exigencia van acompañadas del ejemplo y el cariño, los hijos asimilan personalmente los criterios familiares y las enseñanzas morales. Si por el contrario abundan las amenazas, se exige una obediencia a ciegas o se nota una incoherencia entre lo que se hace y lo que se exige, al llegar la adolescencia esas normas y reglas serán puestas en tela de juicio.

La edad de los por qué
Desde que nacen, empezamos a enseñar buenos hábitos a los niños (sería absurdo pretender que sean sinceros sólo cuando comprendan por qué deben serlo, sin haberlo ejercitado nunca). Pero a esta edad podemos ir explicando por qué son buenas o malas determinadas conductas.

Y es que si hasta entonces nos impresionaba la cantidad de “por qués” que surgían de los niños –por qué se esconde el sol o por qué se murió el abuelo-, ahora es el momento para que los padres entreguemos nuestros propios “por qués” a los hijos en casos concretos como: por qué no se puede copiar en una prueba o por qué hay que devolver lo que le sacaste al compañero.

Esos “por qués” también hay que entregarlos en materias delicadas como por qué defendemos el derecho a vivir de un niño no nacido, por qué los hijos necesitan nacer de un matrimonio y no de padre o madre solteros, por qué la mujer debe ser fiel a su marido y viceversa, etcétera.

También hay que considerar que los niños pueden juzgar el valor moral de un acto por su aspecto exterior o por su resultado moral. Por tanto, para formar su conciencia es preciso hacerlo remontar hasta la intención, pues es ahí, más que en el aspecto o en las consecuencias, donde reside la moralidad de un acto. – Rompiste ese plato: ¿Por torpeza? ¿Por rabia? -Acusaste a un compañero de copiar en clase: ¿Por gusto de ver como lo castigaban? ¿Por amor a la justicia? ¿Para que no vuelva a hacerlo? – Mentiste: ¿Por broma? ¿Para evitar un castigo? ¿Para darte importancia? –Desobedeciste: ¿Porque no oíste? ¿Porque se te pedía algo demasiado difícil? ¿Porque te crees mayor para estar obedeciendo?

Los modelos
Los niños también regulan su conducta según lo que observan: al juzgar comportamientos de otras personas (principalmente de sus padres y profesores) se van formando una idea de lo que es bueno y lo que es malo. Los juicios de valor emitidos por los padres, sobre todo si son repetidos con frecuencia y confirmados con el ejemplo, se graban en la conciencia del niño. De aquí la fuerza moral del ejemplo de los adultos y en especial de quienes tienen autoridad sobre ellos.

Además, los niños empiezan a compararse con compañeros y amigos y tienen la capacidad de ponerse en el lugar de los demás. Por eso, sin criticar a sus amigos, hay que señalar qué es una buena amistad, cómo los amigos ayudan a ser mejor y cómo se puede ayudar a los amigos. Asimismo, muchas veces se les puede pedir que piensen cómo les gustaría que actuaran con ellos... y actuar en consecuencia.

Es también la edad de los ideales, en que se sienten atraídos por “héroes”, especialmente por los que encarnan valores como la valentía, la nobleza, la amistad. De ahí la importancia de ofrecer buena lectura y películas, y de conversar sobre los nuevos ídolos que ensalza la televisión, el cine y la música. El hijo tiene la capacidad de separar lo que, por ejemplo, puede ser una buena cantante, de sus comportamientos no siempre tan “buenos”.

La propia iniciativa
Para fomentar el crecimiento personal del hijo, hay que darle la oportunidad de pensar, decidir y actuar libremente. Se le puede ayudar a considerar distintas posibilidades, hacerle ver las consecuencias de cada una de ellas y luego asumir responsablemente su decisión. Esto sucede al planificar su estudio o al decidir integrarse a un club o equipo deportivo o al aceptar una u otra invitación de amigos.

Si se les ha ayudado a formar su conciencia -recta y segura- y los criterios morales los ha asumido como propios, es hora también de que desarrollen una mentalidad crítica. No se trata de cuestionar todo porque sí, pero tampoco de aceptar todo sin más. En esto ayuda mucho la conversación sobre sucesos del día: ¿tú que crees?, ¿qué opinas sobre eso?, ¿qué habrías hecho tú?

Finalmente, hay que saber que a esta edad surge en los niños un sentimiento de vergüenza al saberse juzgados por los demás o de miedo al ridículo o a la crítica de los amigos o compañeros. Es momento de enseñar a superarlo, para que sea capaz de tomar decisiones libremente, es decir, sin que se vean afectadas por el qué dirán de los demás. Si no se ayuda a no hacer caso del qué dirán ahora, en la adolescencia tendremos niños inseguros, que dependerán de la aprobación total de sus pares antes de hacer cualquier cosa: desde comprarse un par de zapatillas, ir o no ir a determinadas actividades, o tomar o no alcohol.

Los eslogans
Al acercarse a la adolescencia, los hijos pueden hacer eco de algunos falsos eslogans que abundan en una sociedad en que domina el egoísmo, en que todo suele ser relativo. Hay que demostrarles la falsedad de frases como “ojo por ojo, diente por diente”, “vale más ser ladrón que robado”, “el éxito es de los sinvergüenzas” o “piensa mal y acertarás”.

La inteligencia moral
Ya nadie considera la “inteligencia” así, a secas, o como sinónimo de coeficiente intelectual. Podemos encontrar inteligencias múltiples y la necesidad de equilibrar las emociones con el conocimiento mediante la “inteligencia emocional”. Ahora se ha dado un nuevo paso: para educar integralmente no basta con saber cómo funciona el cerebro o la dinámica de las emociones; es preciso conocer dónde está el bien y ponerlo en práctica. Al hablar de inteligencia moral, la inteligencia ha de servir para, ante todo, conocer el bien.

Adaptado del artículo de Josefina S. Lecaros de la revista Hacer Familia Chile

 

noviembre 11, 2010

Paseo a la Torre Telefónica

El pasado Viernes 5 de Noviembre algunos niños del taller asistieron a la Exposición Entrever, ubicada en la Torre Telefónica. Los tíos se organizaron y el paseo resultó todo un éxito!

La exposición se basa en la historia de Pablo Walker, un artista que recorrió Chile pidiendo a la gente fotos que llevaran en sus billeteras. Luego, las plasmó en unas cerámicas y las expuso juntas, logrando que por un lado se vieran todas las caras y por el otro un gran rostro a partir de distintas texturas y colores.

Los niños pudieron repetir la experiencia en su visita a la exposición. Llevaron fotografías de sus familiares o amigos y éstas fueron plasmadas en un papelógrafo, que ahora colgamos en el mural del colegio para que todos lo vean.

Los invitamos a revisar lo que hicieron los niños y a visitar la exposición que estará hasta el 21 de noviembre. ¡Vale la pena!

 

alt

noviembre 05, 2010

Francisco Jélvez… a Sudáfrica!

Noticia publicada en El Mercurio el pasado 14 de octubre de 2010

Alumno de 8vo del Colegio Manuel Rodríguez

Noticia Francisco Jélvez

noviembre 01, 2010

La verdadera autoestima

Es común que las personas se cataloguen con una baja o alta valoración de sí mismas según lo que son capaces de hacer o demostrar. Esto tiene el gran riesgo de limitar cualquier posibilidad de superación y no potenciar otras fortalezas.

Porque la palabra autoestima ha sido usada como el “perfecto” comodín para explicar los más variados comportamientos, es que urge conocerla en su dimensión más profunda. En general, es común que las personas tiendan a catalogarse con una baja o alta valoración de sí mismas según lo que son capaces de hacer o demostrar. Esto puede llevar a perder de vista que el gran valor del ser está en el sólo hecho de existir. Eso, padres, profesores y educadores, jamás lo pueden olvidar.

Hasta antes de los años 70 la autoestima era un concepto que la psicología aún no había descrito. Hoy, apenas 40 años después, la idea de la valoración que cada uno tiene de sí mismo es una terminología que invade los hogares, las salas de clases, los lugares de trabajo… dándole un uso cotidiano que muchas veces no refleja lo profundo que es su significado.

La real trascendencia
El autoconcepto se refiere a cómo se define cada persona, es decir, “quién creo yo que soy”. De aquí deriva luego la autoestima, que se refiere a la valoración de uno mismo, es decir, “cómo yo valoro quien creo que yo soy”. Bajo estas dos definiciones, se puede concluir que las personas que creen que son valiosas van a tener una mejor salud mental, funcionarán y rendirán mejor en sus vidas.

Esto suena lógico y razonable, pero se presta para olvidar el valor de la existencia. ¿Por qué? Porque bajo una mirada poco profunda y utilitarista, ¿qué pasa con la valoración de las personas que, por ejemplo, son sordas, ciegas, tienen un retraso mental o una deformación?

Es clave entender que ni ver, ni oír, ni la belleza, ni la inteligencia… son importantes, pero que sí lo es la existencia. Es decir, la gran valoración debe centrarse en el hecho de existir. Todos valen. Literalmente no hay nadie que quede afuera: el alcohólico, el drogadicto, el bueno, el malo y el flojo… todos valen.

Se puede definir la autoestima como la profunda convicción personal de ser amado por sí mismo, con independencia de lo que sea, tenga o parezca. La autoestima es la capacidad que le permite a las personas experimentar el valor intrínseco que en sí mismas tienen.

En conclusión, el gran error es entender este concepto como la valoración de uno mismo porque “sirvo para algo”. Si es así, entonces somos seres instrumentales, y vidas, por ejemplo, con un serio defecto físico o mental, no valdrían. La autoestima desde el punto de vista utilitario es falsa, no sirve.

El desarrollo de la autovaloración
Entendiendo bien la verdadera dimensión de la autoestima es posible conocer aspectos de su evolución y desarrollo. Los primeros pasos de valoración que el bebé tiene de sí mismo los obtiene de la relación de apego con sus padres. Es muy básico y el niño empieza a sentirse agradado o desagradado, porque lo cuidan, lo abrazan, lo mecen, o bien porque no lo hacen.

Cerca del año y medio surge la idea del yo. El niño se da cuenta de que es alguien y quiere hacer sus cosas. Es la edad del “yo solo”, “yo puedo”. Con esto el concepto de sí mismo va creciendo cada vez más.

A partir de los seis años, los niños se definen según cómo hacen las cosas. Entonces es común que se autodescriban diciendo: yo soy bueno para las matemáticas o soy malo para el fútbol. A esta edad corresponde que así lo hagan, pero que esta mirada utilitaria permanezca hasta la adultez es grave y penoso, pues no se puede reducir de esa manera a las personas.

En todo este proceso, si el niño tuvo la suerte de ser capaz de hacer la mayoría de las cosas bien, es lógico que tenga una buena autoestima. Si por el contrario, efectivamente el niño se da cuenta de que hace muchas cosas mal, es igualmente lógico y normal que se valore poco. En este caso, ¿qué se hace?

Construyendo la autoestima

1. Todos valen
Alimentar en los hijos, en los alumnos y en todos quienes nos rodean, la idea de una existencia que es valiosa en sí, sólo por existir, es lo que ayudará a no desmoronarse cuando no se hacen las cosas con éxito. Por difícil que parezca entender, es fundamental interiorizar la idea de que en la repartición de dones hay justicia y que nadie queda sin nada, aunque a ojos del mundo parezca lo contrario. La sólida y robusta convicción de que se es querida por sí misma lo que más fortalece la autoestima en una persona.

2. Todos pueden
Si un niño es tartamudo, gordo, disléxico, desordenado, descoordinado... no puede tener una buena autoestima. Sin embargo, si sus padres y adultos que lo rodean tienen claro que las personas no se definen por el hacer y se encargan de demostrárselo, finalmente ganan y ese niño sale adelante. Esto se logra ayudando a los niños a autoconocerse, de manera que sepan que aún pensando que se tiene lo mínimo, siempre hay algo por qué valorarse.

Si no hay conocimiento de sí mismo es imposible en la práctica asumir la dirección de la propia vida. Por ejemplo, una niña con una baja autoestima física debe ser ayudada a quererse porque tiene un cuerpo que respira y tiene energía. Y así con el disléxico, el tullido, el tímido, etc.

3. Todos somos distintos
Un sano realismo es mucho más efectivo que la falsa idea de que hay que estar alimentando la autoestima de los hijos, incluso engañándolos. Si un niño es malo para el fútbol, lo más probable es que esté plenamente consciente de ello y no porque le digan 500 veces que es bueno va a mejorar.

Por el contrario, es conveniente que los padres lo sitúen en su realidad y le ayuden a hacer todos los esfuerzos, que seguramente serán el doble que el resto, para lograr, por ejemplo, patear derecho y formar parte del equipo del colegio, aunque sea de suplente.

Es importante enseñar a distinguir la diferencia que hay entre limitaciones y problemas. Las limitaciones no se pueden corregir y, por lo tanto, es bueno asumirlas cuanto antes de la mejor manera posible. En cambio, los problemas sí hay que tratar de solucionarlos.

4. Todos juntos
Es fundamental que los padres se impliquen en la vida de sus hijos, que les provean seguridad y confianza, que les demuestren su aceptación incondicional, total y permanente, que les den afecto real y estable y que les muestren la coherencia de sus propias vidas.

Por otra parte, también es importante que sean capaces de corregir sus errores demostrando querer a las personas. Para esto, lo más acertado es decir ‘eso que has hecho está mal’ en vez de decir ‘eres malo’. Procurar juzgar los hechos, jamás a las personas.

La máxima: Vivir la propia verdad
Todo lo expuesto se resume finalmente en que la clave para una sana autovaloración tiene que ver con aprender a vivir la propia verdad. Esto implica conocerse, valorarse, saber lo que se hace bien o mal y no encasillarse con etiquetas lapidarias. Los padres deben ayudar a sus hijos en el autoconocimiento y en la aceptación de su realidad. Y, por su parte, los adultos deben también estar atentos a su propia verdad.

Por ejemplo, pensemos en una madre que por gritarle a sus hijos siente que cumple mal su rol y tiene su “autoestima” de madre muy baja. Sin embargo, con ese pensamiento se crean limitantes tremendas, pues se concluye con una generalización tajante que es mala madre.

Cuando, por el contrario, se vive la propia verdad, se es capaz de evaluar lo que se hace mal, pero también lo que se hace bien, se priorizan las acciones que se quieren desarrollar y se mejora en lo que efectivamente hay que mejorar.

Siguiendo con el ejemplo, la madre podría decir: “Lo que quiero con mis hijos, lo que más me importa, es mantener una actitud cercana. Qué pasó: Les grité, no estuvo bien, pero cuando tienen pena, soy capaz de acompañarlos por 17 horas seguidas hasta hacerlos olvidarla…” En otras palabras, decir “me equivoqué en esto” es distinto a decir “soy una mala mamá”, pues la primera alternativa no encasilla y permite mejorar.

Ojo con la sobrevaloración
¿Qué sucede cuando la autestima es alta, la persona se evalúa bien, pero por acciones cuestionables? Un ejemplo: el top del curso que domina la situación, es el líder, todos lo admiran, pero es burlón y egoísta. ¿Qué hacer cuando la autoestima se basa sobre acciones no adecuadas?

El autoconocimiento, así como es clave para levantar la autovaloración, también es fundamental para no caer en los excesos y falsos autohalagos. La autoestima crece con la debida educación moral, es decir, enseñando a los hijos a distinguir entre lo esencial y lo accidental, entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal. La autoestima debe ser alta porque se apoya en la dignidad de la persona y en el hecho de saberse querido incondicionalmente.

Adaptado del artículo de Magdalena Pulido de la revista Hacer Familia Chile

niñito con manitos multicolores