Los pequeños no quieren estar recluidos en su habitación para jugar, ni en ludotecas, ni en todos esos espacios que construimos para que estén controlados. Lo que hace un niño controlado por un adulto es distinto de lo que hace solo. Los niños necesitan espacios donde, dentro de un clima de control social, ellos puedan hacen lo que quieran: pisar el césped, subirse a los árboles y jugar con las lagartijas.
Los niños necesitan volver al juego libre, auto-organizado, no competitivo y sin supervisión adulta para que puedan convertirse en adultos con capacidad de empatizar y de colaborar. El fruto del abandono del juego se ve en las acciones egoístas que han llevado a un colapso económico, que son síntoma de una sociedad que ha olvidado cómo jugar y aprender a ponerse en el lugar de los otros.
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