septiembre 10, 2011

Educar sin castigar

Hay quien cree que es imposible educar sin castigar. Hay quien ni siquiera se plantea que pueda haber alternativas.

¿Alternativas?
Sí, las hay. Pero debemos replantearnos de arriba a abajo la relación padres/hijos. Hay quien cree que los niños son "adultos en período de pruebas", olvidando que son personas, que no se están preparando para la vida sino que ya están viviendo su propia vida.

Hay tres cuestiones fundamentales a tener en cuenta cuando pedimos algo a un niño o cuando, después de habérselo pedido y que no nos haya obedecido, nos proponemos castigarle:

1) ¿Qué es exactamente lo que quieres que haga, o lo que querrías que hubiera o no hubiera hecho?

2) ¿Por qué motivo quieres que haga lo que le estás pidiendo?

3) ¿Cuál quieres que sea su motivo para hacerlo?

¿Quieres que se acabe la comida porque tú lo has decidido de forma unilateral y arbitraria?
¿Quieres que se la acabe porque le has amenazado con quitarle la tele si no lo hace?
¿O quieres que se la acabe cuando realmente tiene hambre y necesita comer? Confía en él.
Relativiza y pon el asunto en perspectiva: ¿qué importancia tendrá dentro de cinco (o diez o veinte) años el hecho de que hoy no se haya terminado la comida?

Cuando te hayas replanteado tus motivos, te darás cuenta de que empiezas a pedirle sólo las cosas que son realmente importantes. Pero ¿qué pasa si, aún así, tampoco obedece? Si no podemos castigarles, los niños tendrán vía libre para hacer todo lo que quieran, ¿no? Pues no. De ninguna manera. Lo que debemos buscar son las consecuencias lógicas y naturales a los hechos concretos.

Supongamos que le has pedido que se vistiera, no lo ha hecho y, en consecuencia, van a llegar tarde a la fiesta de cumpleaños a la que están invitados. Dejarlo sin tele, sin parque, sin postre o encerrarlo durante diez minutos en su habitación para que reflexione acerca de su actuación son cosas que no tienen absolutamente nada que ver con el comportamiento que hemos considerado inadecuado.

Si llegaron llegado tarde a un lugar al que le apetecía ir, es muy posible que el sólo hecho de haber sido el último en llegar sea suficiente castigo para él. O el hecho de que sus amigos no quieran jugar con él cuando les pega o cuando no les presta sus juguetes. O el hecho de repetir curso por no haber estudiado lo suficiente.

Con un castigo "extra" podemos corregirle, controlarle y reafirmar nuestra autoridad y nuestra superioridad, pero los efectos secundarios pueden ser devastadores: destruiremos su autoestima y frenaremos su crecimiento personal.

Con la disciplina positiva y las consecuencias naturales, en cambio, protegemos y educamos.

¿Qué necesitamos, entonces, para educar sin castigar?

En primer lugar, confianza. Debemos deshacernos de nuestra necesidad de tener el control permanente sobre otras personas, incluso aunque esas personas sean nuestros hijos.

En segundo lugar, empatía. No debemos esperar que hagan cosas para las que aún no están preparados. Debemos tener en cuenta sus limitaciones y adaptarnos a ellos, no esperar que sean ellos los que se adapten a nuestro mundo de adultos.

En tercer lugar, imaginación. La imaginación es el factor clave para encontrar alternativas al castigo. Antes de que la situación nos supere, podemos ponerle un toque de humor (unas cosquillas, un chiste, unas risas...). Podemos negociar de igual a igual. O podemos propiciar un cambio de contexto.

Pero, sobre todo, necesitamos ser coherentes (y ellos necesitan que lo seamos).

El comportamiento se puede manipular con un sistema de permiso/castigos, pero, entonces, no estaremos educando personas sino que estaremos criando ratas de laboratorio. ¿Queremos niños libres y felices o queremos perros de Pa
vlov? ¿Es necesario recordar que el comportamiento se aprende por imitación?

Extraído de http://serniños.blogspot.com

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