“Hace un par de años participé en una Colonia de invierno, en un remoto pueblo llamado Batuco, en la IV Región. Era la primera vez que trabajaba con niños, estaba ansiosa y esa mañana en particular todos lo estábamos. Era el primer día con los niños y para esperarlos me senté en una escalera mirando el patio. Luego de un largo rato, veo que por la puerta llega un niño, de unos 4 años, con un palo que tenía una cabeza de caballo, corría en él como si realmente lo estuviera cabalgando, dio un par de vueltas, me vio y se fue a sentar al lado mío:
- Hola, ¿Cómo te llamas? – le pregunté.
- Alberto y esta es mi yegua y está preñá.
- ¿Tiene nombre?
- Es mi yegua y está semipreñá y se me pone chúscara onde tá preñá, le gusta correr"
- ¿Está semipreñada?
- ¡Sí y corre!
Diciendo esto, montó 'su yegua' y se puso a dar vueltas por el patio.
Todos en la colonia conocían a Albertito y, por supuesto, a su yegua también. Bastaba mirarlo correr en su yegua y ver lo feliz que era en lo que para mí, era un simple palo, con un cordel y una cabeza de caballo. Pero para él era su máxima entretención, porque no era un simple juguete, era su yegua."
Por Sofía Andrade
Voluntaria SPB
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