diciembre 23, 2011

¿Se puede enseñar arte?

Más que enseñar arte desde el comienzo de la vida, hay que crear una atmósfera donde la expresión artística tenga lugar. Y hacerlo es más sencillo de lo que se cree. En primera instancia, es importante saber que el aprendizaje de los primeros años no es memorístico ni teórico, sino sensorial y motriz. El niño pequeño conoce el mundo tocándolo, oliéndolo, probándolo, moviéndose constantemente, mirando, escuchando y hablando.

“Laura piensa con los pies”, comentó una vez mi hijo al observar la actividad frenética de su primita, que empezaba a caminar. Desde entonces, acuñé esa frase para explicarle a los padres el papel fundamental que juegan la exploración motriz y sensorial en los primeros años. Ampliando la frase, podría decir que, en los primeros años, un niño piensa con todo su cuerpo y con todos sus sentidos. Por lo tanto, lo que podemos hacer es dejarlo “pensar libremente”, mediante el movimiento y la exploración de su entorno.

Llevarlo al parque, por ejemplo, no sólo para que corra y salte, sino para que sienta el aire, el sol, las cosquillas de la hierba, el crujido de las hojas, el olor de las flores, el canto de los pájaros y la textura de la arena. En este punto es importante anotar que los niños de ahora suelen desarrollarse en atmósferas asépticas y citadinas, muy poco propicias para la exploración sensorial. Si bien es cierto que hemos ganado en prevención de enfermedades, también es innegable que hace una o dos generaciones, los niños podían andar descalzos por el prado, sentir el rocío, tocar animales, probar la masa cruda de una torta e, incluso, conocer el sabor de la tierra o de una fruta recién caída del árbol. Ahora, por el contrario, los niños permanecen encerrados en apartamentos, con alfombras que amortiguan sus pasos y rodeados de personas que, con las mejores intenciones, desean verlos a ellos y a su entorno, perfectamente limpios. Pues bien, un apartamento y un niño relucientes son la antítesis de la exploración artística.

Por eso hay que buscar fórmulas para proporcionar a los pequeños experiencias sensoriales en sus hogares: masajes en su piel con cremas, aceites, y texturas; tiempo libre para jugar con la espuma y las esponjas en la bañera; oportunidades para corretear descalzo, para moverse y bailar ligero de ropa; para preparar una receta de cocina, etc. Pero además de esas experiencias, la actitud de los adultos frente al tiempo libre es fundamental. Aquellos padres que permiten a sus hijos pasar las horas jugando, sin inundar sus “agendas” de actividades útiles o de innumerables clases, paradójicamente permiten más este desarrollo que aquellos que los agobian desde que nacen con múltiples cursillos.

Un niño necesita tiempo para jugar solo, para soñar y fantasear. Cuando está en su habitación hablando con sus muñecos, y haciendo de cuenta que un palo era caballo, o que los cojines eran barco, y que ahora hacíamos esto o aquello, estará ejercitando, mediante el juego, la premisa fundamental en la que descansa, no sólo cualquier actividad artística, sino cualquier creación humana, es decir, la capacidad simbólica. Esa posibilidad de hacer de cuenta que tal cosa era tal otra. Sin esa posibilidad de fingimiento o de fabulación, que nos permite reemplazar unos términos de la realidad por otras realidades más lejanas, no hay creación ni pensamiento.

En el fondo, ¿qué hace un novelista? Fingir que ciertos personajes vivían en tal mundo y hacían tales cosas. Lo mismo hacen los bailarines, los pintores, los actores: inventan mundos posibles y se mueven por ellos a sus anchas, para convencernos a todos de su existencia. Eso mismo hace un pequeño cuando se entrega al juego simbólico. Pero nadie puede jugar si siempre anda de prisa.

Niños artistas

Hay padres que se preocupan por inscribir a sus hijos de dos años en muchos talleres, con la disculpa de que “se aburren y no saben qué hacer con tanto tiempo libre”. En realidad, son los padres quienes “no saben qué hacer” con el ocio de ellos y de sus hijos. Esto no significa que los niños no puedan ir a lugares estimulantes, siempre y cuando, dispongan también del tiempo necesario para jugar a imaginar.

Ese tiempo de la infancia, lento e incluso monótono, es lo que más echamos de menos los adultos. Recuerdas esas épocas, cuando pasabas las tardes viviendo en una casa hecha de trapos: ¿alguna vez te aburrías?. Si quieres que tu hijo desarrolle su capacidad creadora, no pretendas adiestrarlo, ni enseñarle prematuramente manejo del color o perspectiva, ni técnica vocal, ni cualquier otra minucia artística. Olvídate de tu sol con rayos simétricos, de tus casas triangulares o de tu aparente torpeza para cantar o bailar. Más bien, motívalo a mirar el mundo desprevenidamente, y aprovecha, tú también, para desaprender lo que sabías. Permite que la música y los libros entren a tu casa y ocupen un lugar importante al lado de los juguetes, para que tu niño descubra el enorme placer de leer, soñar y disfrutar, sin presiones académicas o pretensiones didácticas. Y, en cuanto a los juguetes, no siempre los más costosos o sofisticados son los que más desarrollan la creatividad, ¡todo lo contrario! Desconfía de esos juguetes programados que despliegan luces, o de esas muñecas electrónicas que repiten frases de cajón. Bastan un muñeco entrañable, los zapatos viejos de mamá o un mantel para suscitar aventuras creativas. Asegúrate de tener también papeles grandes, pinturas no tóxicas, arcilla y plastilina. . . El resto, déjalo en las manos de tu hijo. . . Te sorprenderás al ver cómo van surgiendo, desde el fondo de sí mismo, los primeros garabatos y descubrirás que, poco a poco, se convertirán en trazos cada vez más ricos, llenos de forma y contenido.

Tu papel como adulto sólo consiste en permitir la libre expresión, y en proveer los materiales y las situaciones, sin hacer juicios de valor. Cuídate, especialmente, de decirle qué está bien o qué está mal. Mientras más libre se sienta, mejor podrá desarrollar sus procesos de expresión artística. Y, con el tiempo, será él mismo quien te diga qué le gusta más: si pintar, bailar, tocar un instrumento, inventar historias o varias de esas cosas.

Cuando esté en la escuela primaria, podrás detectar cuáles son las experiencias artísticas que más lo motivan y entonces, llegará el momento en el que pueda dedicarse a profundizar en una vocación particular. Pero, para que esto suceda, asegúrate de que, durante los primeros siete años de vida, tenga muchas opciones de experimentar el arte en todas sus posibilidades, de expresar su mundo interior y, lo que es más importante, de descubrir ese placer incomparable que consiste en entregarse a la tarea de recrear el mundo.

Como se dice en el lenguaje común, “nadie nos quita lo bailado”. Y sí: en todo lo bailado, lo jugado, lo cantado, lo contado, lo pintado y lo vivido durante la primera infancia, está la materia prima del arte. Pero además de desarrollar una vocación artística específica, estas primeras experiencias ayudarán a cada niño a convertirse en un adulto seguro de sí mismo, consciente de que es único y de que tiene algo propio e irrepetible para aportar al mundo.

Resumen basado en información extraída de "ESPANTAPÁJAROS TALLER"

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