noviembre 01, 2010

La verdadera autoestima

Es común que las personas se cataloguen con una baja o alta valoración de sí mismas según lo que son capaces de hacer o demostrar. Esto tiene el gran riesgo de limitar cualquier posibilidad de superación y no potenciar otras fortalezas.

Porque la palabra autoestima ha sido usada como el “perfecto” comodín para explicar los más variados comportamientos, es que urge conocerla en su dimensión más profunda. En general, es común que las personas tiendan a catalogarse con una baja o alta valoración de sí mismas según lo que son capaces de hacer o demostrar. Esto puede llevar a perder de vista que el gran valor del ser está en el sólo hecho de existir. Eso, padres, profesores y educadores, jamás lo pueden olvidar.

Hasta antes de los años 70 la autoestima era un concepto que la psicología aún no había descrito. Hoy, apenas 40 años después, la idea de la valoración que cada uno tiene de sí mismo es una terminología que invade los hogares, las salas de clases, los lugares de trabajo… dándole un uso cotidiano que muchas veces no refleja lo profundo que es su significado.

La real trascendencia
El autoconcepto se refiere a cómo se define cada persona, es decir, “quién creo yo que soy”. De aquí deriva luego la autoestima, que se refiere a la valoración de uno mismo, es decir, “cómo yo valoro quien creo que yo soy”. Bajo estas dos definiciones, se puede concluir que las personas que creen que son valiosas van a tener una mejor salud mental, funcionarán y rendirán mejor en sus vidas.

Esto suena lógico y razonable, pero se presta para olvidar el valor de la existencia. ¿Por qué? Porque bajo una mirada poco profunda y utilitarista, ¿qué pasa con la valoración de las personas que, por ejemplo, son sordas, ciegas, tienen un retraso mental o una deformación?

Es clave entender que ni ver, ni oír, ni la belleza, ni la inteligencia… son importantes, pero que sí lo es la existencia. Es decir, la gran valoración debe centrarse en el hecho de existir. Todos valen. Literalmente no hay nadie que quede afuera: el alcohólico, el drogadicto, el bueno, el malo y el flojo… todos valen.

Se puede definir la autoestima como la profunda convicción personal de ser amado por sí mismo, con independencia de lo que sea, tenga o parezca. La autoestima es la capacidad que le permite a las personas experimentar el valor intrínseco que en sí mismas tienen.

En conclusión, el gran error es entender este concepto como la valoración de uno mismo porque “sirvo para algo”. Si es así, entonces somos seres instrumentales, y vidas, por ejemplo, con un serio defecto físico o mental, no valdrían. La autoestima desde el punto de vista utilitario es falsa, no sirve.

El desarrollo de la autovaloración
Entendiendo bien la verdadera dimensión de la autoestima es posible conocer aspectos de su evolución y desarrollo. Los primeros pasos de valoración que el bebé tiene de sí mismo los obtiene de la relación de apego con sus padres. Es muy básico y el niño empieza a sentirse agradado o desagradado, porque lo cuidan, lo abrazan, lo mecen, o bien porque no lo hacen.

Cerca del año y medio surge la idea del yo. El niño se da cuenta de que es alguien y quiere hacer sus cosas. Es la edad del “yo solo”, “yo puedo”. Con esto el concepto de sí mismo va creciendo cada vez más.

A partir de los seis años, los niños se definen según cómo hacen las cosas. Entonces es común que se autodescriban diciendo: yo soy bueno para las matemáticas o soy malo para el fútbol. A esta edad corresponde que así lo hagan, pero que esta mirada utilitaria permanezca hasta la adultez es grave y penoso, pues no se puede reducir de esa manera a las personas.

En todo este proceso, si el niño tuvo la suerte de ser capaz de hacer la mayoría de las cosas bien, es lógico que tenga una buena autoestima. Si por el contrario, efectivamente el niño se da cuenta de que hace muchas cosas mal, es igualmente lógico y normal que se valore poco. En este caso, ¿qué se hace?

Construyendo la autoestima

1. Todos valen
Alimentar en los hijos, en los alumnos y en todos quienes nos rodean, la idea de una existencia que es valiosa en sí, sólo por existir, es lo que ayudará a no desmoronarse cuando no se hacen las cosas con éxito. Por difícil que parezca entender, es fundamental interiorizar la idea de que en la repartición de dones hay justicia y que nadie queda sin nada, aunque a ojos del mundo parezca lo contrario. La sólida y robusta convicción de que se es querida por sí misma lo que más fortalece la autoestima en una persona.

2. Todos pueden
Si un niño es tartamudo, gordo, disléxico, desordenado, descoordinado... no puede tener una buena autoestima. Sin embargo, si sus padres y adultos que lo rodean tienen claro que las personas no se definen por el hacer y se encargan de demostrárselo, finalmente ganan y ese niño sale adelante. Esto se logra ayudando a los niños a autoconocerse, de manera que sepan que aún pensando que se tiene lo mínimo, siempre hay algo por qué valorarse.

Si no hay conocimiento de sí mismo es imposible en la práctica asumir la dirección de la propia vida. Por ejemplo, una niña con una baja autoestima física debe ser ayudada a quererse porque tiene un cuerpo que respira y tiene energía. Y así con el disléxico, el tullido, el tímido, etc.

3. Todos somos distintos
Un sano realismo es mucho más efectivo que la falsa idea de que hay que estar alimentando la autoestima de los hijos, incluso engañándolos. Si un niño es malo para el fútbol, lo más probable es que esté plenamente consciente de ello y no porque le digan 500 veces que es bueno va a mejorar.

Por el contrario, es conveniente que los padres lo sitúen en su realidad y le ayuden a hacer todos los esfuerzos, que seguramente serán el doble que el resto, para lograr, por ejemplo, patear derecho y formar parte del equipo del colegio, aunque sea de suplente.

Es importante enseñar a distinguir la diferencia que hay entre limitaciones y problemas. Las limitaciones no se pueden corregir y, por lo tanto, es bueno asumirlas cuanto antes de la mejor manera posible. En cambio, los problemas sí hay que tratar de solucionarlos.

4. Todos juntos
Es fundamental que los padres se impliquen en la vida de sus hijos, que les provean seguridad y confianza, que les demuestren su aceptación incondicional, total y permanente, que les den afecto real y estable y que les muestren la coherencia de sus propias vidas.

Por otra parte, también es importante que sean capaces de corregir sus errores demostrando querer a las personas. Para esto, lo más acertado es decir ‘eso que has hecho está mal’ en vez de decir ‘eres malo’. Procurar juzgar los hechos, jamás a las personas.

La máxima: Vivir la propia verdad
Todo lo expuesto se resume finalmente en que la clave para una sana autovaloración tiene que ver con aprender a vivir la propia verdad. Esto implica conocerse, valorarse, saber lo que se hace bien o mal y no encasillarse con etiquetas lapidarias. Los padres deben ayudar a sus hijos en el autoconocimiento y en la aceptación de su realidad. Y, por su parte, los adultos deben también estar atentos a su propia verdad.

Por ejemplo, pensemos en una madre que por gritarle a sus hijos siente que cumple mal su rol y tiene su “autoestima” de madre muy baja. Sin embargo, con ese pensamiento se crean limitantes tremendas, pues se concluye con una generalización tajante que es mala madre.

Cuando, por el contrario, se vive la propia verdad, se es capaz de evaluar lo que se hace mal, pero también lo que se hace bien, se priorizan las acciones que se quieren desarrollar y se mejora en lo que efectivamente hay que mejorar.

Siguiendo con el ejemplo, la madre podría decir: “Lo que quiero con mis hijos, lo que más me importa, es mantener una actitud cercana. Qué pasó: Les grité, no estuvo bien, pero cuando tienen pena, soy capaz de acompañarlos por 17 horas seguidas hasta hacerlos olvidarla…” En otras palabras, decir “me equivoqué en esto” es distinto a decir “soy una mala mamá”, pues la primera alternativa no encasilla y permite mejorar.

Ojo con la sobrevaloración
¿Qué sucede cuando la autestima es alta, la persona se evalúa bien, pero por acciones cuestionables? Un ejemplo: el top del curso que domina la situación, es el líder, todos lo admiran, pero es burlón y egoísta. ¿Qué hacer cuando la autoestima se basa sobre acciones no adecuadas?

El autoconocimiento, así como es clave para levantar la autovaloración, también es fundamental para no caer en los excesos y falsos autohalagos. La autoestima crece con la debida educación moral, es decir, enseñando a los hijos a distinguir entre lo esencial y lo accidental, entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal. La autoestima debe ser alta porque se apoya en la dignidad de la persona y en el hecho de saberse querido incondicionalmente.

Adaptado del artículo de Magdalena Pulido de la revista Hacer Familia Chile

niñito con manitos multicolores

No hay comentarios: